Pasados algunos años el querer es
diferente pero sigue oliendo a coco. Recende.
Y lo digo en ese presente que duele demasiado y
siente que traiciona por ser recuerdo.
No siempre se encuentra una palabra exacta en castellano.
Si cierro los ojos ahí sigues, como siempre, con la palma de tu mano
tendida hacia arriba y sujetando fuerte.
Nuestras conversaciones, tan esperadas
como alegres, revivían una y otra vez la ristra de cantautores conocidos por ti,
desconocidos por mí, que registraste en mis oídos hace más de dos
lustros.
La vida, decíamos. La vorágine de la
madurez.
En mi cabeza eres hoy una banda sonora
hermosa y a veces arrítmica por la forma que tienes de bailar. En presente.
La vida...
Tal vez ya no bailabas.
Sigues siendo ese “No te quiero
tanto” y esa luna en la despensa por si oscurece; esa vuelta al
Norte a una casa junto al mar o ese equilibrio de un domingo
atravesado. Gracias por llevarme a rastras a los bares y tabernas de
buenas letras.
Pero hoy eres también ese “Salvavidas
de hielo”, tan íntimo y atemporal que te remueve por dentro. Solo
tú podías llegar ahí donde el tiempo nace. El centro del centro.
La vida...
Todavía recuerdo el día que nos
cruzamos en el metro. Alguien me guió hacia ti y respiré hondo.
Teníamos un acento parecido y tú, aún sin darte cuenta, irradiabas
esa vida y esa energía que poco se tarda en envidiar sanamente.
Te gané, me ganaste y me diste luz
Nunca te lo conté, pero a esa edad yo
ya había recorrido varios estados mentales. El penúltimo tiene algo
que ver con dejarse ir, en lugar de dejarse llevar.
Yo me dejaba ir sin visión ni sentido
a merced del viento y de las olas. También al son de los trenes y de las clases de
monotonía vespertina. Huía de aquello que un día fue tan mío y
llegué al mismo lugar en el que tú ya estabas entrando. Me llevaste sin pasaporte lejos de un caos sin ventanas que me ahogaba.
Desde aquel día, y esto tampoco te lo conté, te volviste
imprescindible para mí. Dejaste un reguero de vida que aún conservo y trato
de mantener intacto.
Qué bien te lo montaste, coño.
La vida...
Perdona si mantuve demasiado la
esperanza.
Qué hija de puta puede ser la vida.
Desde hace unos días te has convertido en
ese “Volar”que suelta todo lo que tiene y es feliz; ése al que
nada ata ni guarda nada; ése que coge impulso y se va...
No me preguntes por qué, pero eso de volar siempre ha sido muy tuyo.
No me preguntes por qué, pero eso de volar siempre ha sido muy tuyo.
Desde que no te conectas al what's upp
se vuelven más amargas esas palabras atragantadas que nunca te dije. Hoy solo hay silencio.
La vida...
Perdona que haya tardado tanto en
despedirme y permíteme llorarte un poco así, con palabras.
¡Ah! Una última cosa. Recuerdo una de
esas noches en la que nos quedamos viviendo las horas y la madrugada
en el Libertad como grupies después de un concierto. Uno de aquellos
cantautores tan tuyos nos preguntó, en una especie de ronda de
honestidad, cuál sería nuestro deseo si una especie de genio de la
lámpara nos concediese tan solo uno.
Qué
osada es la ignorancia a veces. Ojalá me volviese a preguntar de nuevo.
Perdona por no darme cuenta de que ya no estabas más.
Olvidamos construir un hogar donde no queme el sol y al nacer no haya que morir.
Cuando quiera buscarte ya sé hacia dónde tengo que mirar.
Y que la historia dure lo que tenga que durar..
Mientras tanto,
un bico de esos tan tuyos,
grande "como a inmensidade do mar".
Ata máis ver, vagalume azul