martes, 30 de octubre de 2018

Tus canciones



Pasados algunos años el querer es diferente pero sigue oliendo a coco. Recende.
Y lo digo en ese presente que duele demasiado y siente que traiciona por ser recuerdo.
No siempre se encuentra una palabra exacta en castellano.

Si cierro los ojos ahí sigues, como siempre, con la palma de tu mano tendida hacia arriba y sujetando fuerte.
Nuestras conversaciones, tan esperadas como alegres, revivían una y otra vez la ristra de cantautores conocidos por ti, desconocidos por mí, que registraste en mis oídos hace más de dos lustros.

La vida, decíamos. La vorágine de la madurez.

En mi cabeza eres hoy una banda sonora hermosa y a veces arrítmica por la forma que tienes de bailar. En presente.
La vida...
Tal vez ya no bailabas.

Sigues siendo ese “No te quiero tanto” y esa luna en la despensa por si oscurece; esa vuelta al Norte a una casa junto al mar o ese equilibrio de un domingo atravesado. Gracias por llevarme a rastras a los bares y tabernas de buenas letras.

Pero hoy eres también ese “Salvavidas de hielo”, tan íntimo y atemporal que te remueve por dentro. Solo tú podías llegar ahí donde el tiempo nace. El centro del centro.
La vida...

Todavía recuerdo el día que nos cruzamos en el metro. Alguien me guió hacia ti y respiré hondo. Teníamos un acento parecido y tú, aún sin darte cuenta, irradiabas esa vida y esa energía que poco se tarda en envidiar sanamente.
Te gané, me ganaste y me diste luz

Nunca te lo conté, pero a esa edad yo ya había recorrido varios estados mentales. El penúltimo tiene algo que ver con dejarse ir, en lugar de dejarse llevar.
Yo me dejaba ir sin visión ni sentido a merced del viento y de las olas. También al son de los trenes y de las clases de monotonía vespertina. Huía de aquello que un día fue tan mío y llegué al mismo lugar en el que tú ya estabas entrando. Me llevaste sin pasaporte lejos de un caos sin ventanas que me ahogaba.
Desde aquel día, y esto tampoco te lo conté, te volviste imprescindible para mí. Dejaste un reguero de vida que aún conservo y trato de mantener intacto. 

 Qué bien te lo montaste, coño.

La vida...
Perdona si mantuve demasiado la esperanza.
Qué hija de puta puede ser la vida.

Desde hace unos días te has convertido en ese “Volar”que suelta todo lo que tiene y es feliz; ése al que nada ata ni guarda nada; ése que coge impulso y se va...
No me preguntes por qué, pero eso de volar siempre ha sido muy tuyo.

Desde que no te conectas al what's upp se vuelven más amargas esas palabras atragantadas que nunca te dije. Hoy solo hay silencio.

La vida...
Perdona que haya tardado tanto en despedirme y permíteme llorarte un poco así, con palabras.

¡Ah! Una última cosa. Recuerdo una de esas noches en la que nos quedamos viviendo las horas y la madrugada en el Libertad como grupies después de un concierto. Uno de aquellos cantautores tan tuyos nos preguntó, en una especie de ronda de honestidad, cuál sería nuestro deseo si una especie de genio de la lámpara nos concediese tan solo uno.
Qué osada es la ignorancia a veces. Ojalá me volviese a preguntar de nuevo.

Hoy recuerdo por ti las "Vidas cruzadas" y las historias que comienzan por el final aunque alguna excepción te devuelva la fe, tal vez, al llegar la mañana.
Perdona por no darme cuenta de que ya no estabas más.

Olvidamos construir un hogar donde no queme el sol y al nacer no haya que morir.


Cuando quiera buscarte ya sé hacia dónde tengo que mirar.

 Y que la historia dure lo que tenga que durar..

Mientras tanto, 


un bico de esos tan tuyos,


grande "como a inmensidade do mar".


Ata máis ver, vagalume azul



sábado, 17 de mayo de 2014

¡Rápido, pídeme algo increíble!


      Dicen por ahí que cuando le das demasiadas vueltas un asunto es que “ese algo” ya no te importa igual o, en su defecto, ya no estás tan seguro de ello como lo estabas antes. Los pensamientos, los sentimientos y las cosas, poco a poco,  se desvirtúan,  mutan. A veces incluso pierden frescura. 

                                               Yo creo haber llegado a ese punto.

      Desde hace algún tiempo ando buscado cambiarle la forma y también el nombre; las esencias y los colores. Pero no hay manera. Se resiste a mudar la piel. Me he pasado meses pensado que era cosa de ese sacrosanto don mal llamado inspiración que había tomado la decisión de abandonarme, (partiendo siempre de la base de que medio intento hilar frases, no de que sé escribir que para eso hace falta mucho y yo, de momento, no tengo de nada). Una mañana te levantas y, ¡UPS!, se me ha olvidado hasta cómo debo pensar, plantear y argumentar el mundano acto de prepararme el desayuno. Primero el azúcar y luego el café. Primero el café y luego la leche ¿Y el azúcar? En Babia, como tú. Pues eso. Que en Babia hace sol y los grillos beben daikiris con las señoras después de misa.
      Cuando algo así pasa, cuando se pierde el hilo de la conversación, conviene hacer repaso. Volver atrás, como cuando al salir del curro te encuentras chorrocientos mensajes de “what's up” en la pantalla del teléfono móvil y pasas de ellos pero, esta vez, sin pasar. Releer. Volver al inicio. Revivir el origen de todo y buscar el sentido.

      Pues eso, que me he puesto a releer y El Gato se ha hecho mayor. Cinco años hace que vio la luz por motivos obvios y bien distintos a los que ahora lo mueven. Y he pensado que se merece un descanso y una despedida. Pero no una despedida triste sino más bien una alegre como la del Genio de Aladdín. Pagarle unas vacaciones para siempre que bastante ha hecho el pobre animal por mí. Y El Gato está bastante de acuerdo con la idea, no os creáis. Ha llegado el momento de decirle adiós para decir adiós también a una bonita etapa de mi vida que ya se me queda pequeña, lejana y bastante extraña en algunos aspectos. Aunque siempre estará ahí para dejarme hurgar un poco si algo se me olvida. Eso me lo ha dicho en tono de advertencia. No es que El Gato haya cambiado, nada más lejos de la realidad. Simple y llanamente ahora sus preocupaciones... son otras.




martes, 26 de noviembre de 2013

El desván

Es cierto. 
Recuerdo que noté una carga agotadora en el ambiente nada más entrar.

Casi fue como regresar a aquellos últimos meses de mi niñez cuando la abuela se cabreó con nosotros y nos prohibió terminantemente volver a subir allí. A mi hermano Daniel le había dado un golpe de calor jugando al escondite. Había elegido como refugio un baúl viejo hecho con cuero que mi abuelo Juan se trajo de Canadá en uno de sus viajes en el Mercury. Y ya se sabe qué pasa con el cuero...
Pues eso, que cuando volvimos a aquel desván hacía un calor de mil demonios aunque el calendario ya no marcase agosto sino diciembre.



“Mal mes para morir”, me dije. He de admitir que pensé en nosotros como una familia demasiado tétrica. Apenas habían pasado seis meses desde lo de Lilo y ya volvíamos a saborear la desgracia. A ninguno de los dos, a Dani y a mí, nos hacía demasiada ilusión volver a aquel lugar aunque fuese para dar el último adiós a nuestra abuela. Estábamos seguros de que lo de su bisnieto había terminado por matarla, por eso de los remordimientos, usted me entiende. Se sentía culpable por no haber estado cerca de los niños cuando pasó todo y no fuimos capaces de sacarla de ahí.

Pese al tiempo transcurrido y la merma inevitable de nuestras esperanzas, la policía continuaba asegurándonos que seguían investigando todas las pesquisas desde el hallazgo del cadáver de Toño a los pocos días de la desaparición de ambos pequeños. Lo encontraron semienterrado en una zona boscosa próxima. Tenían tantas líneas de investigación abiertas que nos empezaba a parecer imposible que toda aquella locura terminase tal y como nosotros deseábamos. El tipo seguía manteniendo que uno de los niños se le había escapado cuando trató de meterlos a ambos en el asiento trasero de su coche, pero no podía precisar hacia dónde: “Parecía gilipollas el cabrón- soltó jocosamente refiriéndose a Lilo en uno de los últimos interrogatorios-, se puso completamente rígido y le tuve que largar una hostia en toda la boca. El otro ya estaba dentro. Luego se fue al suelo con los dientes llenos de sangre y zafó. Se fue corriendo y yo nunca más lo vi. Se ve que los padres de hoy en día no saben cuidar de sus hijos”, zanjó en tono burlón. Se me revuelven las tripas sólo de recordarlo. Casi le parto la boca aquél día. Siempre estuvimos convencidos de que Lilo seguía enterrado en alguna otra parte o yacía en el fondo de algún pozo. No era descabellado. En el pueblo de mis abuelos siempre hubo demasiados pozos al aire libre.

Como le decía, al desván volvimos seis meses después de lo de mi sobrino. 

Y aquel baúl... 
La abuela fue terca hasta el final. Terca y tozuda. ¿Quiere que le diga una cosa? Cuando le pedíamos que abriese el baúl para que el olor a cuero no le impregnase la ropa que quería guardar en su interior, siempre respondía que "nanai", que Daniel casi se muere por dejarlo abierto. Porque una vez cerrado era imposible abrirlo desde dentro,¿sabe? Las bisagras cedían y el pasador se descolgaba y encajaba perfectamente en una pequeña ranura de hierro. Y así se quedaba aquella mole, herméticamente cerrada. Una antigualla maravillosa, desde luego.

El altillo era largo y recibía algo de aire a través de las grietas del tejado pero, aún así, olía raro después de tantos meses cerrado a cal y canto. Yo di por hecho que siempre había olido de aquel modo sólo que, simplemente, no lo recordaba. Se lo achaqué a los pájaros muertos que tantas veces nos habíamos encontrado en los huecos que quedaban entre el adobe y las bigas de madera. Fue entonces cuando mi hermano habló:

  • ¿Sabes qué, Olga?
  • Dime Dani...
  • El día que me quedé encerrado en el baúl no jugaba al escondite - me confesó con la mirada perdida, como el que busca entre recuerdos y encuentra.
  • ¿A no? ¿Y por qué te metiste entonces?
  • No quería que el abuelo me encontrase. Yo fui quien rompió aquel tocadiscos antiguo que había traído de Taiwan. Pensé que me azotaría por ello hasta que me sangrase el trasero...- rió.
  • El abuelo nunca habría hecho eso y lo sabes...- apunté mientras le acariciaba la nuca como cuando era un chiquillo.
  • Ya, ya lo sé. Supongo que de pequeño me parecía el sitio más seguro del mundo...- dijo bajando la mirada. Pensaba en Lilo, pude verlo en sus ojos. Pensaba en el sitio que hubiese elegido su hijo de nueve años para huir en una situación como la que le había tocado vivir. 


  • Salgamos ya Olga - dijo finalmente-, este lugar me pone demasiado mal.

Y no caí.


Comenzamos a cerrar de nuevo las contraventanas y no habían pasado ni dos horas cuando ya teníamos firmada la venta de la casa. Así lo quiso la abuela. Nada de malos recuerdos. “Cuando yo me vaya no quiero que volváis a poner un pie aquí. Lo importante os lo dejaré abajo para que os lo llevéis. Lo demás es para que se quede aquí con todo lo malo que nos ha pasado. Demasiada mierda para una sola casa”, nos había dicho a ambos apenas unos días después de lo sucedido.
Fue la única vez que oí a mi abuela decir una mala palabra.

Con el último rayo de sol, en un círculo de luz en medio de la habitación, pude ver cuatro moscas verdes ya muertas.... pero nunca se me ocurrió pensar en Lilo.

  • Se ve que la abuela ya no venía mucho por aquí- dije señalándolas para sacar a mi hermano de sus pensamientos.
  • Creo que llevaba meses sin subir. Era muy mayor y las piernas ya le fallaban demasiado.

No dijo más.



Quién iba a pensar que...

lunes, 8 de julio de 2013

Piratas



Vivía reencarnada.

Desde que era niña creía en una especie de libro de vidas inmemorial; una hoja de ruta de células en evolución permanente. Siempre aseguró que mientras unos descubrían continentes ella se dedicaba a la cría de camellos en Damasco. De un tiempo a esta parte, vivía como dama de harén obnubilada por el humo del tabaco negro. Creía en los espíritus buenos, veneraba más a los malos y ponía altares con velas a las almas perdidas.
Su vida era un ir y venir de grandes figuras traslúcidas del pasado.


El primer y último fantasma con el que se cruzó era el de un marinero errante que más que viejo se presumía antiguo. Un borracho vintage. Vaya por delante que apestaba a vino de cartón, pero del caro. Aquel viejo lobo de mar era pirata de prostíbulos más que de parche en el ojo. De esos guerreros de misa de ocho y vermout de fin de tarde. He de confesar que a ese tipo de piratas yo los creía extintos. Nada más lejos. Otra cosa bien distinta es que se dejen ver mucho menos. Hoy su sitio son los suburbios morales y los bares cutres con urinarios de pared. Nuevas tierras, nuevas vistas. Actualmente viven en la penumbra, entre el beso con lengua y la bofetada fría.  

Bien, pues aquel pirata fantasma era uno de esos Quijotes tan prendidos del amor como de un buen par de piernas. Corsarios de whisky doble y poemas de servilleta agradecida. Bandoleros que van de cualquier lado de la barra al extremo opuesto con la corbata enredada a los tobillos, perilla cutre y after shave para las heridas bajas.

A ella la cameló especialmente porque cuando la miraba con aquellos ojos de dandy rancio sólo podía pensar en un baile lento de perros a dos patas. 
Cuando eso ocurría ella cerraba los ojos.  La historia fue de lo más cursi durante unos cuantos meses, justo hasta que él decidió meterse de lleno en un romance exótico con un pescador somalí.
¿Cómo salvar, pues, un corazón que ya no latía?
Fue precisamente en ese roce de labios ya caduco,  donde su mente, la de ella, terminó por romperse. Y no era de extrañar, doy fe. Ella ya rondaba una de sus últimas reencarnaciones.
Por aquel entonces los que la conocíamos comenzamos a verla entrar al bar medio sonámbula y desnuda de cintura para arriba …

y para abajo.

Me contaron que al poco tiempo se le fue la cabeza del todo o algo así. Desde ese día va con las bragas por encima de los pantalones gritando a pleno pulmón que se ha reencarnado en antagónica.  


Se hace llamar "Pirata del aire".


martes, 9 de abril de 2013

Previsiones


…desde entonces te pienso y todo parece discurrir tal y como mandan las profecías, hacia adelante por inercia y de manera correcta.

De pronto me parece excepcional ese caminar errante de quien anhela y busca, de quien levanta y casi encuentra. Ese andar pausado arrastrando los pies que lleva en los talones el deseo oculto de unos labios, de un amor de carretera. Un te quiero velado, disuelto y ambiguo prendido al talón de Aquiles, oculto tras verbos de paso,  proverbios y frases sueltas.

De repente me gusta el peso de tu alma, tu esencia que es fuerte pero respira lento y, casi seguro, cierra los ojos cuando besa. Tus silencios más que tus palabras, tus pupilas que se dilatan y me encuentran;  tu sonrisa de ojos francos; tu sentido del amor y tu idea de belleza. Adoro esa pasión con la que de vez en cuando me adornas ideal y, al mismo tiempo, humana; histórica y legendaria; mortal y eterna.

Y siempre al final, sin apenas darme cuenta, echo en falta al no verla esa mirada ávida y comedida a partes iguales como bosques de fuegos fatuos en noches de densa niebla. Y extraño también tu nombre cuando no hay cerca ninguna boca ni paladar que lo acoja para darle cuerda. Y es entonces cuando trato de aguantar la respiración por si las moscas y no hay mañana, y todo termina en un “se fue y no dijo dónde ni dejó razón sobre la encimera”.

Tu luz titilante, eso me gusta de ti.

Tú, real, o tú, leyenda. 

martes, 26 de marzo de 2013

Como los peces



Que no hay mañana que no te piense.
Tampoco atardecer a cielo abierto que no te recuerde
meciendo mis labios después del sol,
como un eco inverso que en lugar de avanzar
                                                                                   frena
                                                                                                     …  y retrocede.
Al final del tiempo nos convertimos en cuatro ojos en la sombra
que se miran como cartas invertidas.
El trasluz de tu figura alada y en penumbra
 me intoxicaba el alma,  me invitaba a ver más allá.
A dudar entre vidas enteras de espaldas
o noches completas a merced de tu deriva.
                                      Transparente.    Desnuda.    Nítida.     
Y ahí sigues mientras muere la mano ilusa que toca tu puerta.
Lleva atada a su espalda una de esas soledades
que apuñalan el pensamiento y envenenan.  
Una de esas soledades de corteza dura que no desvisten y atormentan.
Qué lejos queda ya el quebrar de huesos entre las sábanas.
Qué cerca siento hoy nuestras sombras en el espejo de la inquina.
Porque no hay resquicio de vida cuando se muere dos veces.
Desnudo el amor, como desnudos los peces,
tan sólo nos quedó el silencio

                                                                     ...y su espina







viernes, 8 de marzo de 2013

Antes muerta



   
   Entonces, más vale que ordenes que me corten la cabeza.

Porque prefiero quitarme la piel y la ropa
a contarte mis deseos.
Prefiero  apagar todas las luces
y pintar eternamente las mañanas de tu boca en el lienzo de la luna,
                                               
                                               mi gran desafío.

Prefiero confabular para que el sol salga cada noche
                                
                                       en la zona de tu cuello
para poder eclipsarlo, beso a beso, con el tacto de mi cuerpo.  
Aunque tu lengua sea la patria que une cada una de mis palabras,
y la tierra que piso, tu virtud y reflejo;
tus silencios de ojos rojos,
el alféizar de mi ventana,
y tu esencia mi camino y la aldaba de mi espejo,

siempre serás,
                      también tú,
                                         
                                el veneno más letal.
                                      
                                       Mi delirio más secreto.