martes, 28 de abril de 2009

Si mi tren se para...

Veo el agua que baja serpenteante las montañas. Ronronea en mis oídos.
Veo una pareja de almas marchitas contemplando al unísono el caer implacable de la tarde.
Todos deambulamos como muertos por los vagones y ni siquiera estas líneas pueden permanecer frente a frente con el traquetear de una máquina que, sin pensárselo dos veces, se abre paso entre gigantes que miran al vacío.
En el cristal sólo veo mi reflejo
Los gigantes acarician y ondulan las laderas. La vida, sin proponérselo, todavía fluye mientras la nieve agoniza derritiéndose a lo lejos.
Veo unos tejados negros que dejan paso a esqueléticos cuerpos desnudos y desnutridos del color de la madera.
Se hace la oscuridad más absoluta
Veo millones de aguijones inservibles que me acechan a cada paso tiñendo la atmósfera del color de las hormigas.
Sin apenas darme cuenta, el recuerdo de tu pelo centelleante como el sol y de tus profundos ojos del color del mar cruza mi mente perturándome sin tú quererlo. Me haces buscarte con la mirada cada día y no lo soporto.
¿Cuál será tu nombre? Permíteme que te haga justicia. Me inventaré un nombre para tí y así te llamaré en sueños...
De repente oscuridad. De repente la luz. De repente el sol, la naturaleza, mi hogar, mi ser...
De repente lo que soy.
Desde la ventana veo unos dedos que se entrecruzan forjando una argamasa de raíces y tierra. Mi equilibrio me sostiene