Aquella era una danza extraña pero supe reconocerla en seguida. Era un baile arrítmico como el de los pájaros cuando intentan cortejar con maestría y elegancia a una dama de colorido plumaje. Era esencialmente lo mismo, salvo por la falta de maestría de él y la carencia de colorido en el peculiar plumaje de ella.
Él arreglaba su falta de delicadeza dejándose caer sobre la barra con un desdén casi ofensivo agarrado firmemente a su ron con coca cola. Las gotas que resbalaban por el vaso hacían que éste se le escurriese entre los dedos traicionando cruelmente su hombría y haciéndolo incorporarse cada cinco minutos. Poco a poco su cuerpo volvía a torcerse regresando a la posición inicial. Yo lo llamé posición de ataque. Las características eran las clásicas de todo proceso de cortejo común y corriente: sonrisa de medio lado, mirada insinuante con tendencia a lasciva y verborrea a veces incoherente, a veces desesperadamente continuada, a veces también desconcertante.
La fase dos del proceso se componía de una falta total de interés hacia todo lo que fluía de la boca de su congénere para centrarse de manera directa en las dos protuberancias que emergían de la zona comprendida entre el cuello y el ombligo de ella. De vez en cuando él recordaba que la conversación no iba con ellas sino con ella de modo que optaba por elevar su mirada de dandy irresistible hasta que se topaba con los ojos de una mujer un tanto incómoda por la evidente conversación a tres bandas que se traía su compañero de barra. En un momento dado ella pareció darle pie a más y él decidió que el tercer paso de su programa se basaría en nublarle a ella el sentido común, así que optó por invitarla a una copa. Ella aceptó de buen grado el detalle del aprendiz de caballero y sumergió sus carnosos labios en un J&B con cola que saboreó hasta sus últimas consecuencias como un sumiller en plena jornada laboral. Por la cara de él estoy segura de que durante un largo rato se afanó en fabular mil y una escenas, lugares, posturas y sensaciones, convencido de que, al fin, su estrategia de seducción había dado sus frutos.
La fase cuatro se basó en una acusada prolongación de la anterior pero modificando el contenido de los vasos. Ahora era un tal Jack Daniels el que se encargaba de nublarle la mente a ambos. Al final de la noche creí contar ocho cada uno y la postura de él se traducía ahora en una bandera a media asta a merced del viento de los ventiladores. Ella se mantenía en pie sobre sus tacones a la espera de un noveno Jack que parecía no llegar nunca. Él prefirió esperarla, imagino que todavía con la esperanza de demostrarle a ella y a él mismo que no hay cuatro sin cinco. En un abrir y cerrar de ojos otra mujer menguó su ángulo de visión situándose al lado de su femme fatale. Él se quedó pasmado. Ahora tenía a dos. Por un instante, que por la expresión de su rostro estoy segura de que le pareció eterno, no fue capaz de articular palabra. Ambas se estaban dando ese beso adorado que ponía inicio a esa tan ansiada fase cinco…
El local comenzó a llenarse de nuevo. No puedo explicar de manera fiel cómo terminó la historia pero al regatear entre las cabezas de la gente pude observar que la bandera seguía allí, ondeando incansable ya sin la ayuda de los ventiladores, pero esta vez sumergida en un vaso de Cabreiroa.
Él arreglaba su falta de delicadeza dejándose caer sobre la barra con un desdén casi ofensivo agarrado firmemente a su ron con coca cola. Las gotas que resbalaban por el vaso hacían que éste se le escurriese entre los dedos traicionando cruelmente su hombría y haciéndolo incorporarse cada cinco minutos. Poco a poco su cuerpo volvía a torcerse regresando a la posición inicial. Yo lo llamé posición de ataque. Las características eran las clásicas de todo proceso de cortejo común y corriente: sonrisa de medio lado, mirada insinuante con tendencia a lasciva y verborrea a veces incoherente, a veces desesperadamente continuada, a veces también desconcertante.
La fase dos del proceso se componía de una falta total de interés hacia todo lo que fluía de la boca de su congénere para centrarse de manera directa en las dos protuberancias que emergían de la zona comprendida entre el cuello y el ombligo de ella. De vez en cuando él recordaba que la conversación no iba con ellas sino con ella de modo que optaba por elevar su mirada de dandy irresistible hasta que se topaba con los ojos de una mujer un tanto incómoda por la evidente conversación a tres bandas que se traía su compañero de barra. En un momento dado ella pareció darle pie a más y él decidió que el tercer paso de su programa se basaría en nublarle a ella el sentido común, así que optó por invitarla a una copa. Ella aceptó de buen grado el detalle del aprendiz de caballero y sumergió sus carnosos labios en un J&B con cola que saboreó hasta sus últimas consecuencias como un sumiller en plena jornada laboral. Por la cara de él estoy segura de que durante un largo rato se afanó en fabular mil y una escenas, lugares, posturas y sensaciones, convencido de que, al fin, su estrategia de seducción había dado sus frutos.
La fase cuatro se basó en una acusada prolongación de la anterior pero modificando el contenido de los vasos. Ahora era un tal Jack Daniels el que se encargaba de nublarle la mente a ambos. Al final de la noche creí contar ocho cada uno y la postura de él se traducía ahora en una bandera a media asta a merced del viento de los ventiladores. Ella se mantenía en pie sobre sus tacones a la espera de un noveno Jack que parecía no llegar nunca. Él prefirió esperarla, imagino que todavía con la esperanza de demostrarle a ella y a él mismo que no hay cuatro sin cinco. En un abrir y cerrar de ojos otra mujer menguó su ángulo de visión situándose al lado de su femme fatale. Él se quedó pasmado. Ahora tenía a dos. Por un instante, que por la expresión de su rostro estoy segura de que le pareció eterno, no fue capaz de articular palabra. Ambas se estaban dando ese beso adorado que ponía inicio a esa tan ansiada fase cinco…
El local comenzó a llenarse de nuevo. No puedo explicar de manera fiel cómo terminó la historia pero al regatear entre las cabezas de la gente pude observar que la bandera seguía allí, ondeando incansable ya sin la ayuda de los ventiladores, pero esta vez sumergida en un vaso de Cabreiroa.