domingo, 28 de octubre de 2012

Vino del mar


Vaya, lo siento mucho chico. Te compadezco.
Viene del mar, con lo que tira eso.
Debe ser cosa de la salitre o de algo que respiran que los adormece. Están trastocados, muchacho. Dicen que si bebes agua salada te vuelves loco. Pues eso será, seguro. Y más ella que llevará respirando mar desde nacida. Parce que la estoy viendo.  Siempre callada. Siempre pensativa. Así son los que se crían entre redes y rizones. Es como si viviesen permanentemente esperando algo. Un barco o, tal vez, que enciendan las luces de los faros. Quizá que el tiempo disuelva la espuma que recubre los peñascos. Nada hablan. De vez en cuando algo cuentan, pero no relatan como tú y como yo, hacia fuera. No, el suyo es un hablar hacia sí mismos. Tal pareciera  que las palabras les broten de detrás de las cuencas de los ojos. Ellos todo lo rememoran y todo lo bañan con nostalgia. Morriña le llaman. Morriña. No sabes dónde te fuiste a meter, chico. Ellos viven hacia adentro. No les gusta darse a conocer. Las miserias se las comen. Pero no por mal, ¿eh?, sino porque han aprendido a llorar de espaldas y bajito.  Es como si dentro llevasen un saco en el que van guardando todo lo que no sacan. Luego, un buen día, explotan. Sin ton ni son. Así murió Genaro, el de Chachita. Los médicos dijeron que fue un mal de los pulmones. Mentira. Fue su saco que no pudo guardar más. Te lo juro, por éstas. Nadie me lo quita de la cabeza.

 

Mira Penélope. No fue capaz de echar a andar y, ¿sabes por qué?, porque sólo había aprendido a tejer y a destejer, así, espera que te espera. Es el mar el que te enseña a hacerlo. Ella va a ser igual, ya verás. Hazme caso que de otra cosa no, pero de esto sé un rato. ¿A que cuando camina no hace otra cosa que mirar al suelo?  Eso es porque busca  respuestas en las raíces de los árboles y en las tumbas de los muertos.  Algo le ronda. Algo le come la sesera. Si sonríe cuando levanta la cabeza empieza a temblar porque ya está guardando o, peor aún, ya ha guardado y ha tragado la llave. Analiza bien esa sonrisa. Si no enseña los dientes, la cosa es grave. Yo distingo la sonrisa lenta de la rápida. La lenta es la peor porque es más amarga y revuelve la sangre.  Así se comienza  y luego uno explota, ¡coño si explota! La mayoría de los que vienen del mar mueren por el peso de las penas. No pasa de repente. Van muriendo lentamente mientras esperan. Pero el suyo es un esperar distinto, agridulce, de esos que llevan siempre guardada una despedida y un juego de cadenas.

Frente  él, frente al mar,  son de otra manera. No sonríen pero la mirada se les calma y los brazos se les rebelan. Ahí nunca la verás tensa. Respiran hondo. Beben de él, de las profundidades. Las olas para ellos son un bálsamo, una nana. Si algún día la sorprendes mirando al horizonte no la interrumpas. Es extremadamente peligroso. Pasa como cuando despiertas a alguien que camina en sueños que el corazón se le pone en huelga y para. Si mira al mar, hacia el horizonte, está pidiendo ayuda a las aguas. Déjala a su aire porque más vale que pida al mar a que siga tragando. Ese es el mejor momento para ver su alma. El mar los denuda y los arropa al mismo tiempo. Abrázala para que te sienta. No dudes, abrázala. Rodéala con tus brazos aunque no quiera.  Para ella el mero hecho de rogar ya será un suplicio, una condena. Y no será por orgullo, ojo, sino porque ha aprendido que no hay pan sin sudor. La frustran los milagros y los golpes de suerte. En su interior, en el fondo del saco, habrá marejada, así que tendrás que sujetarla bien fuerte para que no se la lleve el viento y se pierda. Si inclina su cabeza hacia atrás buscando tu cuello, hazle hueco. Está en horas bajas. Hazme caso que sé de lo que hablo. Hazle hueco y siéntela. No dirá nada. En momentos de dolor siempre te va a dar la callada por respuesta.

 

No sabes cómo te compadezco muchacho. Yo tuve una así durante un tiempo. Así era, igualita a la que ahora me describes. Murió de pena mientras yo aprendía a esperarla en alta mar.

 Murió de pena en tierra.

 Se fue mar adentro, rogando

Se fue con la marea.


Ahora soy yo el que teje y desteje, suplicando
esperando que el mar me la devuelva

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