Y qué hago yo si cuando pronuncio tu nombre las letras se
deshacen en mi boca. Dime, ¿qué hago yo? Porque en ella moras y en ella descansan, a la vez, tus
culpas y tus alegatos. Cada letra sabe a menta fresca. A cerezas huele el
silencio de antes y también el de después de mentarte. Dime cómo se olvida y se deja ir.
Sólo en círculos puede navegar un barco anclado al fondo del alma. Enséñame cómo se arranca de raíz un árbol que nace del génesis mismo de los volcanes. Cómo abandonarte
entre recuerdos si se me desgarran las entrañas sólo de imaginar que
desapareces, que no estás. Que se esfuman tus pasos y tu haz de luz. Eres dulce,
sonoro, armónico. Suave. Frágil. Eres la calma. Eres el silencio que tanto me
recuerda a ese río entre las piedras, a esa mano sobre el lomo del mar, a esas tardes de
sol sobre la arena. Eres un murmullo de
espíritu. Quieto. Un bálsamo en comunión con la Madre Tierra. Tu nombre
suena como ese viento que pasa y destruye pero reconforta luego. Tu nombre,
sólo tu nombre, es capaz de hacer que te evoque, te mastique y te haga parte de
mí, que seas el plasma que me mantiene
viva.
Serena
Ese nombre que me envuelve. Me engulle. Me eleva.
Ese nombre.
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