“Unos
días antes de cumplir 18 años se me hizo realidad por fin el sueño de llegar a
Madrid para estudiar Periodismo y convertirme en autor de obras de teatro de
agitación política. El sueño no duró casi nada. Madrid era una ciudad demasiado
grande y demasiado hostil para mi apocamiento pueblerino, la grandiosamente
bautizada como Facultad de Ciencias de la Información resultó un fraude, mi
beca apenas daba para comer…”
Y
al leerlo, salvando y respetando enormemente las distancias, no pude evitar sentirme identificada.
Lo
cuenta Muñoz Molina y lo hace con más altura, por ser él, y con más gravedad y razón. Un joven soldado rememorando una vieja batalla. A muchos les parecerá que estamos ante parte de la
biografía del primer hombre que fija su residencia habitual en el Polo Sur y no
lleva nada bien el frío. “Hombre, pero es que estamos hablando del Polo Sur, ¿eh?” A muchos otros les parecerá que estamos ante el relato de cualquier estudiante que llega a la capital para marcar el inicio de
su andadura y quedar irremediablemente impactado con
la Gran Vía primero y defraudado por el reloj de la Puerta del Sol después. La
única diferencia evidente y manifiesta entre
ese pasado de él y este presente nuestro radica en el régimen/ sistema político
que los aplastaba entonces y el que nos constriñe hoy. Si se me permite una leve alteración del refranero popular, nos han cambiado al perro y han parcheado collar.
Cuando
yo hablo así de Madrid, me miran raro. Hablamos
de tiempos distintos, claro está, pero no deja de ser menos cierto que Madrid
sigue siendo grande, sigue siendo un pelín hostil y La Mole no ha dejado nunca
de hacer honor a su condición de fraude. Que las becas, por mucho que digan, siguen
sin dar para comer, y que la agitación política de hoy levanta la tapa de las
cloacas igual o incluso más que antes. Por lo visto, no es que hayan
cambiado muchos las cosas, simplemente, han mudado de piel y de color.
Recojo
eso de “hostil” y que nadie me malinterprete. Aclimatarse a Madrid, para los que
no hemos nacido en esta gran ciudad no es nada fácil aunque a veces así lo
parezca. Requiere una renuncia clara a esa ya mencionada esencia de apocados
pueblerinos que llevamos pegada al culo como el PH, el RH o la flora intestinal.
Pensad que en casa podemos llamar a nuestros hermanos a gritos desde la calle
sin despeinarnos. Aquí alteramos el orden público y, de paso, avergonzamos al
vecindario. Para mí, por lo menos, esa
fue la primera“traición” y no puedo dejar de sentirme infiel cuando, después de
varios meses, vuelvo a ver de nuevo el mar. “Que no, que no me he ido, al menos
no del todo”, - le susurro. Mucha gracia no le hace, me temo y, en un gesto de
lo más sardónico, se limita a vomitarme batuburrillos de espuma sucia y algas
viejas. Está dolido, lo sé, pero sé también que al mismo tiempo me sigue esperando, que se
muere por abrazarme y mecerme para que sienta de nuevo lo que es dormir a pierna suelta. Sabe de
sobra la falta que me hace.
Porque
Madrid acoge, pero también desnuda y nos deja indefensos. Porque la ciudad es demasiado
fría e imponente a veces. Muchas veces. Más aún cuando, como pensó en su día
Muñoz Molina, el sueño termina por durar casi nada. Él, sin embargo, tuvo
disculpa pues aún no había cumplido los dieciocho. A mí no me quedó más remedio
que apechugar con mi elección y mi ejercicio legítimo de derecho al voto. Dieciocho
años y un mes. Ahora te jodes y aguantas.
¿Que
por qué entonces continúo aquí? Pues porque ya se ha convertido en algo
personal. Un mano a mano entre yo y yo misma y porque Madrid, aunque a veces no
pueda verlo, también me ha hecho conocer y sentir cosas maravillosas. Ahora la
supervivencia la sobrellevo a base de trucos. Cuando la nostalgia me vence y le
permito al desaliento una nueva victoria, me dejo llevar por una única canción, ese Me cuesta tanto olvidarte del musical de
Nacho Cano que dejo sonar hasta el final, sobre todo y más que nada eso: hasta
el final. La letra es lo de menos. Cuando la canción termina el resultado es siempre el mismo: algo dentro
ha vuelto a su sitio. Será por esa gente que ya ha pasado a ser mi
gente o un buen recuerdo de tantos que guardo. Será por un nuevo sueño o la esperanza de que
Madrid tenga reservado para mí algo grande. No lo sé. Lo único que
puedo afirmar es que, de pronto, me entristece sólo el hecho de pensar en
abandonar. Ese final que nunca corto me devuelve siempre a una noche cualquiera
en una perfecta Gran Vía iluminada y vacía pero ahora, eso sí, en presente y
hacia adelante.
Siete
años después.