sábado, 8 de mayo de 2010

Última parada


La vida dejó de regirse por sus propias normas. Era como si de pronto él estuviese viajando en una tren hacia no sé donde dejándose la piel para descifrar el jeroglífico en el que se había convertido su esencia. Se vio con treinta años analizando cada uno de los pasos dados durante los diez años anteriores y buscando un parche para su fuga de ideas. De repente vivir configuraba una doble acepción que eliminaba cada resquicio de optimismo. Partía en dos su moral desfasada y deshacía en ácido cada una de sus vivencias. Volvía y regresaba al antojo de los astros. Caminaba y flotaba cuando caían oblicuos los primeros rayos del sol. Reconocía a los muertos. Desconocía a aquellos en quienes había dejado huella. Saboreaba momentos corroídos por la polilla. Revivía cada mañana, pero cada vez más inerte. ..
...su mente se desplomó un martes de abril de un año par. Un millón de estrellas fugaces emprendieron su camino de vuelta a los orígenes. Un big bang celular volvió a convertirlo en un embrión de nadie buscando una ráfaga de viento que lo llevase de nuevo a la realidad. Cogió su bolsa de plástico y un trozo de papel del suelo. Sus pies todavía estaban calientes dentro de sus zapatillas de lana. Su mirada inocente encontraba en cada retina un bálsamo para su impaciencia. Si nada ha cambiado seguro que allí sigue. Ahora cómo le explico yo que no podrá salir de esta historia…

En algún lugar de Madrid un hombre sigue esperando la llegada de un autobús que lo lleve al centro de las llanuras de su memoria…