lunes, 28 de mayo de 2012

Hay momentos...


Hay instantes que marcan. Baches en el paso del tiempo que se graban en nuestra retina para siempre y, bueno, ni que decir tiene que pueden llegar a cambiarnos la vida sin apenas darnos cuenta.

 Era invierno, lo recuerdo perfectamente. Apenas habíamos compartido una par de miradas después de conocernos, hacía bien poco. Si trato de hacer memoria creo que ni siquiera hubo presentación formal.  Nuestras palabras, sencillamente, se cruzaron un día. Cuatro, a lo sumo cinco verbos. A decir verdad, para mí ocupabas un escaque bastante alejado. Si tengo que ser sincera cien por cien, me resultabas lejano e inaccesible; podría llegar a decirte que incluso frío. Es increíble sentir como un envés se convierte en haz en la vuelta de una mano. En un abrir y cerrar de ojos. Aquello fue un batir de alas con un sentido y una profundidad inmensa. Un momento de lucidez en medio de una nebulosa fabricada con el humo de cientos de  cigarrillos. Ahora caigo.  Todavía no había entrado en vigor la Ley Antitabaco.

Cortés me ofreciste tu mano para caminar entre la gente; yo la tomé confiada pensando que tu impulso me ayudaría a no caer entre aquella maraña de pies desnortados por el alcohol. Me sujeté a ti con fuerza, crucé el muro de miradas y me descubrí sorprendida, sin más, por tus ojos azul cielo. Sentí una corriente que cruzaba de tu cuerpo al mío gracias a las yemas de nuestros dedos y, aún así, sin poder ocultar mi pudor solté tu mano temiendo que aquello fuese sólo fruto del apuro de aquel encuentro. Y seguramente así era. Me dejaste ir sin perder aquella tímida sonrisa y sin saber que, desde aquel instante fuiste, eres y sigues siendo. Dejémoslo ahí porque hay cosas que no tienen caso, ni pies, ni cabeza. Sólo me queda pensar y conformarme con que fue un segundo, un instante, un momento. Un quizá.
¿Una certeza?
Un recuerdo

domingo, 13 de mayo de 2012

Aves de invierno


Habían sido un otoño y un invierno de pocas lluvias. Los lugareños contaban henchidos que no recordaban otro igual. “Años ha- decían-  tal vez alguno parecido, pero ninguno como éste”. 
La sequía se rompió precisamente a una semana de terminar el año. Fueron siete días y siete noches de lluvias torrenciales. Semejaba que se iba a terminar el mundo.

 Tardaron tres días en dar con ella.

Las bajas temperaturas del mes de diciembre habían provocado que el embalse de Ciegos se helase parcialmente dejando a la vista vastas capas de escarcha que ni siquiera soportaban el peso de las pequeñas aves de invierno. Los colirrojos picoteaban las frías placas de agua ansiosos por devorar los incautos insectos solidificados por los termómetros bajo cero. A lo lejos, desde las colinas, las moscas verdes brillaban como aljófares aún por descubrir.

Ella estaba boca abajo con la espalda pegada a la capa de cristal difuso. El relente había teñido de azul una piel antes blanca como la nieve de las cumbres. Sus labios, antes rosáceos, ahora eran negros como la noche. Del agua apenas emergía una pequeña parte de su cabello cobrizo. La piel de sus dedos, arrugada y mustia, comenzaba a desprenderse. Los caracoles de su pelo se habían difuminado con el vaivén de las corrientes y parecían ahora lánguidas tiras de hilo fino. 

Localizaron su cadena a pocos metros. Era una diminuta efigie de la Virgen tallada en oro blanco con los bordes dorados. Detrás, junto a su nombre y su fecha de nacimento, rezaba la siguiente frase: “Que la fe guíe siempre tus pasos”. Casualidades.


 Aquel 29 de diciembre Meli, de Amelia, cumpliría veintiséis años.
Aunque eso lo supe después...

miércoles, 9 de mayo de 2012

Una vida de circo


Nació como domador de letras dentro de un contenedor de emociones en papel plastificado.  A diestro y siniestro regalaba ramos de flores secas y caramelos de cereza. Observé que en sus ratos libres se dedicaba a escribir el libro de la sílaba tónica en clave de sol con aires de esdrújula. Con él pretendía renombrar a las auroras boreales de la A  la Z. Lo llamó  El libro de los sueños. A las en punto garabateaba sus páginas sin vergüenza, sin el rubor de dejar al descubierto cientos de palabras sin decir, mirando a los ojos y mostrando su lengua.

Fue así como un día no despertó. Fue así y no de otra manera. De él aprendí a dar los buenos días al sol sin reservas mientras inventaba un sitio entre sus lamentos, entre sus risas, entre sus leyendas.

martes, 8 de mayo de 2012

Gamas


Y eso que yo soy más de cristal magenta o azul aterciopelado pero, he de admitirlo sin bochorno: el rojo te sienta demasiado bien. No te ruborices si digo que verte es como presenciar la configuración del mundo, una explosión estelar o una simbiosis de almas ejemplificada al azar. Algo único. Inigualable.  Casi perfecto. De lejos significas lo mismo que de cerca.  Los colores se adhieren a tu piel como las escamas a los peces de agua dulce. Tienes mirada tierna y sonrisa que nace de la miel de las flores. Eres luz y nunca sombra. Llenas cada espacio de tiempo sin esfuerzo y te mimetizas con la tierra enraizando desde lo más profundo. Eres escudo y lanza al mismo tiempo. Guardián de historias y almas eternas. Sin embargo, hay algo raro. Sólo cuando te encuentro de frente la razón se pone impertinente y huye del cuerpo que habita dejando un alma suspendida. Suspensa. Cobarde. Si mañana no soy capaz de verte a los ojos canta bajito para que te oigan los perros o lanza monedas al aire. Elige siempre cara. Eso con suerte.