miércoles, 14 de octubre de 2009

Helados de fresa


Jugando a ser Dios acabé besando el vacío.
Hoy me han pedido que trate de defender lo indefendible argumentando lo que no tiene argumento y siendo cruel con lo humano. El juego se basa en ser fiel a las más bajas creencias. Me han pedido que juegue a ser un dios sin sangre que se derrame al recibir un tierno puñal de acero. Un dios que no necesite de agua para amansar la sed voraz. Horrorizada me he percatado de que no somos humanos. Nunca nos hemos merecido ese privilegio. Es una bendición demasiado grande, aunque eso no signifique reafirmarnos en la parte divina y sagrada del mundo. Un matiz grisáceo nos nubla de manera intermitente. Nos volvemos audaces y generosos para hacer el mal y huraños y egoístas si se trata de hacer que las cosas brillen en sí mismas. Nunca pondría las manos en el fuego por quien no es quien de ver más allá del infinito. Me quemaría. Para querer queriendo con el corazón nos tendrían que pellizcar un alma atestada de nieve y hielo hasta los topes. Jugamos a ser Dios, pero ignoramos que ello no significa ser necesariamente perfecto. Hoy me han contado que ni él ni la Muerte tienen sexo. Ignoro si es por la tan mentada gripe inteligente o por alguna enfermedad venérea. Me han dejado con la boca abierta. Te lo cuento en secreto porque soy yo quien compacta y da forma a los copitos de nieve de un invierno incipiente que ahora aflora más allá de las llanuras de la memoria. Seguiré jugando a ser Dios. No se lo digas a nadie.