domingo, 31 de mayo de 2009

Sólo cuando el sol gire...


Sílbame desde la parte más alta de la colina y deja caer piedrecitas blancas por las laderas para teñirlas de invierno en pleno verano. Deja que los pájaros canturreen hasta quedarse afónicos y que el agua de los ríos recupere la tierra perdida y se abra paso entre los imponentes muros de cemento. Deja que el sol se desplome sobre el mar y se apague como una vela para dejar que la tímida noche nos arrope. Deja que las estrellas conformen un collar de colores que adornen el cuello de la luna. Permítele al rocío bañar uno a uno los pétalos de las flores de los campos y dale a la mañana una oportunidad para que nazca la vida. Ayuda al alba a romper un nuevo día. Que miles de cometas caigan como si fuesen lágrimas del cielo y dejen surcos en la tierra para que enraícen árboles nuevos. Si aún queda tiempo dejaremos que la luz se apague poco a poco con el rugir de las olas. Si aún queda tiempo el mundo volverá a nacer de nuevo en un nuevo experimento de nebulosas y fuego. Si aún nos queda tiempo volveremos a conocernos en otra vida. Cuando el sol gire y la tierra se quede quieta sílbame desde la parte más alta de la colina.

domingo, 24 de mayo de 2009

Miedo a que vuelen las palomas


Se sentaba cada mañana en el mismo banco del parque sólo para tener el gusto de darle de comer miguitas de pan a las palomas. Lo llevaba haciendo durante años. Trece, tal vez catorce. Puede que incluso quince. De repente una mañana uno de aquellos trocitos de pan duro que desgajaba minunciosamente con sus torpes dedos se atravesó en la pequeña garganta de la paloma con la mancha negra en el pecho. Jamás volvió a ese parque. Nunca más aquellas palomas volvieron a comer de la mano de aquella mujer.
Con el tiempo comenzó a acurrucarse en la mecedora de la terraza contando uno a uno lo coches que recorrían el tramo de su calle. Cuando pasaba un camión, la cuenta paraba y volvía a empezar de nuevo. Con las piernas expuestas al tibio sol de la primavera fue testigo de la entrada triunfal del ardiente sol del verano. Pero pasó el otoño y finalmente llegó el invierno. Un veintisiete de enero decidió que no volvería a salir. El frío que pululaba en el aire le había helado los dedos de los pies.
Y pasó el tiempo
Volvió a su juventud el día que la sacaron de su casa entre montañas de basura. Aquel día hacía sol pero el frío aún cortaba al respirar. Con su bufanda y sus guantes de cuadros rojos y verdes cerró con llave la puerta de su casa. Debajo de la maceta de la entrada, junto a una minúscula cucaracha muerta, había dejado la de repuesto.
Apenas había dormido por la noche y un ligero dolor de cabeza le hacía palpitar sus cinco sentidos. Sus pies se dejaban guiar por un movimiento casi automático. Primero uno, después el otro.
Todavía le daba vueltas a lo ocurrido la tarde anterior. No sabía si había hecho lo correcto. Ella pensaba que sí. Luchaba por mostrarse segura de ello.
Él se había marchado a la otra punta del mundo y sólo un “hasta pronto” lleno de angustia y miedo había conseguido nublarle la vista por un momento. Sabía que lo quería. Sabía que nadie podría sentir nunca por él lo que ella sentía, pero también sabía que debía dejarle ir. La sola idea de partir tras él la clavó todavía más a la moqueta de su habitación.
Y él se fue. Ella lo recordó para siempre desde esa tarde.
A veces tenía miedo de pensarlo demasiado por si los recuerdos comenzaban a difuminarse en su mente. Entonces cerraba los ojos con fuerza y fingía escucharlo. Su voz permanecía casi intacta en su cabeza.
Con el pasar de los años su rostro comenzó a deformarse poco a poco. Empezó a pensar que debía guardarle tributo en su corazón. Empezó a convencerse de que tan sólo a él debía reservarle su vida. Con el tiempo se enfundó en su traje de mártir del mal amor y atrancó cada una de las verjas que cercaban su alma. No quiso ver. No quiso sentir más. Ni siquiera deseó que él regresase de nuevo. Sus ojos se volvieron vidriosos. Su mirada cada vez más vacía se tornaba ausente de cuando en cuando.
Los años comenzaron a mostrarle las crueles consecuencias de su decisión. Nunca se pudo perdonar no haber tenido el valor de seguirlo. Ella misma se había labrado su destino.
No hubo tiempo para una nueva vida porque apenas hubo tiempo para respirar. Quiso crecer, si, pero se ahogó cuando los huesos comenzaron a tensarse.
El recuerdo nítido de aquella voz pasó a formar parte de un vago resquicio de ecos que todavía retumbaban en su imaginación. La llave, la cucaracha, las palomas, el parque, los coches, el sol, el frío, aquella tarde, la distancia, la despedida… Él
Muchos años habían pasado ya. Muchos momentos se le habían filtrado entre los dedos.
Voló un veinte de mayo.
Las palomas se hicieron al cielo de repente como si cientos de niños hubiesen querido jugar a la misma hora a espantarlas. La atmósfera se cubrió de plumas blancas y el sol resplandeció más que nunca

En un balcón una anciana extendió sus escuálidas y consumidas piernas al sol.
Un camión. Uno, dos, tres…

viernes, 15 de mayo de 2009

Como si fuese un cuento


Si preguntan por mi dí que regresé a mi lugar de siempre. Di que seguía dormido o que estaba cansado de ver que la vida no tenía nada de sueño. Di que desde la ventana de mi cuarto alzó el vuelo un frágil cuerpo junto a una bandada de mosquitos. Di que me rompí en mil pedazos y que el trocito más pequeño se coló entre las rejas de una alcantarilla de una calle del centro. Di que ahora la suerte está de mi lado. Di que quizá es hora de que empiece a vivir con vida. Di que estoy observando el mundo desde la parte acolchada de las nubes. Di que el camino hacia ninguna parte se ha iluminado con cientos de velas medio derretidas. Di que mi destino por fin ha desvelado su turbia incógnita. Las motitas de polvo ya se han acoplado a la vida. Diles que por fin encontré mi sitio en otra constelación. En la consulta al infinito un camino recto hacia la luz. Estoy tranquilo

martes, 12 de mayo de 2009

La princesita de la burbuja


Ella me dijo un día que vivía en una pequeña burbuja rellena de oxígeno puro. Ni siquiera sabía cómo había llegado allí. Supuso que la habitaba desde siempre. Aquel lugar frío y minimalista había sido su hogar desde que era tan sólo un pequeño punto en medio del universo. Me contó que cuando le dieron la oportunidad de salir al mundo una intensa emoción la embargó desde la planta de los pies hasta la puntita del cabello más largo. Fue como una explosión que la corrompió por dentro, una gigantesca llama que envolvió por completo cada centímetro de su piel.
Trazó mil planes en su soñadora mente adolescente. Cientos de esquemas sucumbieron a las más anheladas ilusiones y un día, de repente, sintió que flotaba.
Me confesó que lo primero que sintió al poner sus pies sobre el suelo fue un miedo atroz que le atenazó hasta aquellos músculos de su cuerpo de desconocía poseer. Una ráfaga de aire consiguió erizarle la piel y sintió como si un halo de voz le estuviese acariciando la nuca. Pero siguió caminando…
En su primer paseo vio discusiones, peleas, gritos…vio como un hombre engañaba a una mujer y más adelante como era una mujer la que engañaba al hombre. Vio a una anciana tirada en la calle entre los pasos indiferentes de la gente que se dejaba llevar por el ritmo de la costumbre. Vio como un hombre golpeaba a un perro y cómo otro acudía puntualmente cada día y tras la misma mujer para visitar a su dueño en un pequeño cementerio. Y allí permanecía sentado hasta que su diálogo sutil terminaba. Incluso juró haber visto una pequeña lágrima dejarse caer desde los tristes ojitos del pequeño animal. Unos metros más allá recordó haber visto una tumba abierta, una caja y cientos de lágrimas más. Y siguió caminando…
Más adelante vio bombas, vio niños muriéndose de hambre y niños con chupetes de oro y diamantes. Vio fuego, vio odio, vio terror, vio miseria…y quiso volver a su pequeña burbuja. No pudo más que sentir una inmensa pena que le oprimía su pequeño y frágil corazón. Por primera vez, la pequeña lloró.
Comenzó entonces su camino de vuelta. A los pocos pasos conoció a un niño. Era rubio, dijo, con unos profundos ojos azules. Tan grandes como tristes. El niño había dejado su casa como lo había hecho ella en busca de ilusiones y ahora lo único que buscaba era volver, pero no sabía cómo. No recordaba su nombre pero me dijo que podía ser parte de la realeza como ella, que siempre se había sentido la princesita de su burbuja.
Cuando se despidieron él le regaló una hermosa rosa blanca y un tierno beso al tiempo que daban un comienzo a sus caminos de desencanto.
Cuando yo me la encontré estaba acurrucada en unas escaleras mojada por la lluvia y muerta de frío. No me dijo nada cuando le pregunté su nombre. La única consciencia que le quedaba la utilizaba para temblar y para llorar de miedo. Era tan sólo una niña y con el pelito mojado más niña parecía. Pero se quedó ahí, quieta…Como una sonrisa que permanece impávida e inerte. Como el rostro más dulce coartado por una minúscula arruga. Como la mirada más pura escupiendo retales de perversión. Su expresión era la de una criatura que había visto morir su mundo. En su burbuja se había formado un pequeño agujero por el que se había ido todo el oxígeno. Ya no había vida…Se había quedado completamente sola.
Durmió y durmió hasta que un ligero tono nacarado pobló sus preciosas mejillas. Comió como nunca y habló, chilló, cantó, saltó, bailó…Fue entonces cuando lo supe, cuando tuve aquella triste certeza, nunca más volvería a verla. Con su inocencia parte de la princesita se había muerto también y poco a poco lo iba haciendo su pequeño cuerpo.
Esa noche se durmió mientras le leía un cuento de hadas y gnomos. En su rostro se reflejaba la paz más infinita. Tenía una ligera sonrisa que arrugaba la comisura de sus labios. Con un beso en la frente sellé su alma, sus sueños y mi despedida, sabiendo casi con seguridad que al alba ya no estaría conmigo.
Seguramente se fue con las últimas gotitas del rocío de la mañana.
Cuando entré en la habitación sólo encontré una rosa blanca sobre la cama y un mechoncito de pelo rubio sobre la almohada que todavía olía a mora. Aquella pequeña alma me había dejado el único tesoro que el mundo le había regalado. Aquella niña había pasado por la vida sin dejar huella en nadie, bueno, en su amigo de los ojos azules y en mi…
Desde ese día y cada noche miro a las estrellas esperando verla. De vez en cuando algo surca el cielo. Un pequeño puntito blanco que ilumina todo cuanto lo rodea y deja a caer una lluvia de purpurina de color plata. La rosa sigue intacta sobre la cama y brilla más que nunca. Sé que algún día vendrá a por ella y llenará el mundo de destellos de colores.
Cuando el cielo se vea azul soltaré pompitas de jabón para que donde estés puedas llenarlas de vida. Cuando llueva dejaré un paraguas en la puerta. Cuando llore me aferraré a tu recuerdo y le daré forma. Donde estés deja caer trocitos de algodón de azúcar…
Por cierto, algunas mañanas siento como una brisa dulce y cálida me despierta tímidamente… ¿eres tú?

martes, 5 de mayo de 2009

El columpio mas grande del mundo


Si te veo por la calle cruzaré hacia donde el sol salga y apostaré con él que a la mañana siguiente ya no te acordarás de nada. Tranquilo, no seré más que un recuerdo de borracha ensoñación. Un dejavu muy jodido. Apostaré también que una nebulosa de éxtasis en polvo se llevará tu pena pero dejará la mía flotando en el aire. Muy bajito me ha dicho el sol que no será eternamente… Me ha dicho también que no nos merecemos ni siquiera la compasión callada de quien nos vigila desde la ventana de enfrente. Ojos extraños escrutando un volátil estado de ánimo. Seres bipolares columpiándose entre el norte y el sur que se quedan clavados en la zona centro. Allá donde la vida da una vuelta sobre sí misma mientras un dedo de piedra, o tal vez de chapa mal pintada, sigue apuntando hacia el kilómetro cero. Allá en pleno corazón de Chamberí.
El sol también me ha confesado que la luna le ha puesto los cuernos. Qué paradojas. Siempre me había imaginado al sol con cuernos, como una mujer que se queda en su casa día tras día mientras su marido sale todas las noches a dejar volar su imaginación y sus más bajos instintos. Pero también es cierto que se acuestan cada tarde y cada mañana. Tan sólo un cruce de miradas les basta para olvidarlo todo. La luna es puta y el sol imbécil, pero ambos se sienten ligados desde siempre. Los escarceos son nimiedades. A veces me pregunto si serían nimiedades también para mí.
Ahora te veo y lo sé. Fuimos nada y lo seguiremos siendo toda la vida. Haré entonces como que me consuelo pensando que no podía ser. Esto me lo ha dicho el orgullo entre susurros.
En tus ojos veo como la mala memoria se lo ha llevado todo y cómo disfrutas regocijándote en la mierda. Te confieso que yo disfruto sabiendo que ignoras que la mierda puede oler hasta cuando está seca. Una simple niñería…
Haz como que cada noche caminas sin descanso hasta el centro del mundo para encontrarme despierta al amanecer y yo haré lo mismo por las mañanas.
Haremos como la luna y el sol que cada vez que se cruzan fabrican el amor más puro, el que nunca se consuma y consume a la vez.
El paso del tiempo me ha dado la razón. La arcilla con la que fui hecha es autodestructiva. Eso nunca te lo había contado…Pude haber sido tu caos
Déjame disfrutar cada vez que me columpie….