martes, 26 de marzo de 2013

Como los peces



Que no hay mañana que no te piense.
Tampoco atardecer a cielo abierto que no te recuerde
meciendo mis labios después del sol,
como un eco inverso que en lugar de avanzar
                                                                                   frena
                                                                                                     …  y retrocede.
Al final del tiempo nos convertimos en cuatro ojos en la sombra
que se miran como cartas invertidas.
El trasluz de tu figura alada y en penumbra
 me intoxicaba el alma,  me invitaba a ver más allá.
A dudar entre vidas enteras de espaldas
o noches completas a merced de tu deriva.
                                      Transparente.    Desnuda.    Nítida.     
Y ahí sigues mientras muere la mano ilusa que toca tu puerta.
Lleva atada a su espalda una de esas soledades
que apuñalan el pensamiento y envenenan.  
Una de esas soledades de corteza dura que no desvisten y atormentan.
Qué lejos queda ya el quebrar de huesos entre las sábanas.
Qué cerca siento hoy nuestras sombras en el espejo de la inquina.
Porque no hay resquicio de vida cuando se muere dos veces.
Desnudo el amor, como desnudos los peces,
tan sólo nos quedó el silencio

                                                                     ...y su espina







viernes, 8 de marzo de 2013

Antes muerta



   
   Entonces, más vale que ordenes que me corten la cabeza.

Porque prefiero quitarme la piel y la ropa
a contarte mis deseos.
Prefiero  apagar todas las luces
y pintar eternamente las mañanas de tu boca en el lienzo de la luna,
                                               
                                               mi gran desafío.

Prefiero confabular para que el sol salga cada noche
                                
                                       en la zona de tu cuello
para poder eclipsarlo, beso a beso, con el tacto de mi cuerpo.  
Aunque tu lengua sea la patria que une cada una de mis palabras,
y la tierra que piso, tu virtud y reflejo;
tus silencios de ojos rojos,
el alféizar de mi ventana,
y tu esencia mi camino y la aldaba de mi espejo,

siempre serás,
                      también tú,
                                         
                                el veneno más letal.
                                      
                                       Mi delirio más secreto.                                                                                 

domingo, 3 de marzo de 2013

Souvenirs


-          ¡Ei!¿De dónde vienes a estas horas?
      
--            Pues, vengo... Espera

No te enfades, ¿vale?

Vengo de casa, de mi casa. Necesitaba verla y también, por qué no decirlo, verme a mí en todos sus espejos.  Asegurarme de que sigue allí, en el mismo enclave donde yo la dejé un día. Y allí anda todavía, aunque ahora toque hacer como que no me doy cuenta de la palidez de sus paredes. Supongo, supuse o, más bien, quise creer que era cosa de este invierno que está siendo un invierno de lluvias. Eso pasa a menudo, que lloran los muros y asoma el monte por las grietas de las piedras. Inviernos bipolares con espina bífida e hidrocefalia. Inviernos con el colesterol alto por tener los acuíferos hasta los topes. Inviernos con asma crónica y depresión posparto.

Como te iba diciendo, vengo de casa y me he encontrado los cuadros con los rostros  desconchados y la talla de madera, la que colgaste en el pasillo, apenas deja entrever al tacto  su relieve. No sé de qué me extraño porque nada se puede hacer cuando ya el desánimo te va en el nombre. Outeiro das Penas.  De la época del llanto sólo sobreviven los regueros y las fuentes. Outeiro das Penas. Si, ya lo sé.  A quién se le ocurre ir a vivir a un sitio así, un sitio donde las inclemencias gobiernan y las lágrimas dictan sentencia. Pues tiene su encanto, no creas.  Outeiro das Penas. Ésas no son como las meigas. Ésas viven y laten. Se retroalimentan. Ésas, las penas, pernoctan y acampan. Respiran. Son.

Pues de ahí vengo, de abrir un poco las ventanas y, ya me conoces, me gustan los recuerdos-souvenirs que se meten entre ceja y ceja como esas camisetas I love que dicen amar y no aman, y perdóname otra vez por el prejuicio. Esta vez me he traído dos. El primero de ellos es el color turquesa. Sí, pero no cualquier turquesa. Me he traído el  que tiñe el mar los días de sol,  cuando el cielo amanece salpicado por nubes blancas como el algodón puro. No te rías porque me lo he traído de contrabando,  en el bolsillo de la chaqueta.  Aquel mismo verde agua que bordeaba las rocas haciéndolas parecer criaturas marinas descomunales cuando era niña y también ahora que lo sigo siendo, aunque un poco menos. Esas sombras que me devuelven a las historias de piratas y batallas a cañonazos, a las leyendas de galeones hundidos y esqueletos con parche en el ojo buscando venganza. El almirante George Rooke seguramente me esté esperando todavía con un par de doblones para chicles.
El otro souvenir es más bien la sensación que me ha provocado una frase.  Si yo te digo,  “orgullosa desta terra, sempre verde, porque me dixeches que era un xardín” (orgullosa de esta tierra, siempre verde, porque me dijiste que era un jardín), ¿qué sientes?

Piénsalo, tómate unos segundos.

 Ya.
 ¿Ves? Algo se te ha movido. Pues lo mismo sentí yo, que la tráquea se me hizo un ovillo. Una frase en boca de una niña que percibe y siente la angustia de sus padres y lucha por salir adelante al mismo tiempo que los mece de vuelta.  Un “tranquila mami, que ya estoy yo aquí para cuidarte”. Inocente. Entrañable. Genial.  

Pronto volveré a por más recuerdos, no creas. Muy pronto. Mientras tanto,  ahí te dejo con el Atlántico  mientras se despereza. Un poco más abajo del fin del mundo todavía esperan las grandes naves su momento de salir a flote para escupir miles de pepitas de oro.  Saben que no hay mejor sitio para hacer noche que los labios de una mujer, por mucho que digan, porque en la boca de la ría descansan los corsarios y los monstruos de mar a la espera de más mañanas azul turquesa. A la espera de más noches y más días.

-          ¿Que de dónde vengo? He estado caminando un rato por el jardín de arriba.