Que no hay mañana que no te piense.
Tampoco atardecer a cielo abierto que no te recuerde
meciendo mis labios después del sol,
como un eco inverso que en lugar de avanzar
frena
… y retrocede.
Al final del tiempo nos convertimos en cuatro ojos en la
sombra
que se miran como cartas invertidas.
El trasluz de tu figura alada y en penumbra
me intoxicaba el alma, me invitaba a ver más allá.
A dudar entre vidas enteras de espaldas
o noches completas a merced de tu deriva.
Transparente. Desnuda.
Nítida.
Y ahí sigues mientras muere la mano ilusa que toca tu puerta.
Lleva atada a su espalda una de esas soledades
que apuñalan el pensamiento y envenenan.
Una de esas soledades de corteza dura que no desvisten y atormentan.
Qué lejos queda ya el quebrar de huesos entre las sábanas.
Qué cerca siento hoy nuestras sombras en el espejo de la
inquina.
Porque no hay resquicio de vida cuando se muere dos veces.
Desnudo el amor, como desnudos los peces,
tan sólo nos quedó el silencio...y su espina
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