jueves, 26 de enero de 2012

Cuando un "te quiero" vuelva a significar "te quiero"


Hoy, apenas sin querer, di cobijo en  mis pupilas a un texto aparentemente mágico. Si, ya sé. Un fallo fatal, un descuido imperdonable, un latigazo con fuste de acero que rompió mis esquemas.

La realidad era oronda y yo, terca, rechazaba lo inevitable.  Quería verlo, tocarlo y, a la vez, anhelaba desplazarme en volandas a un mundo de ficción y desterrar aquello del rabillo de mi ojo. Renegaba de las palabras porque solamente eran capaces de responder en mi idioma a preguntas universales. Eso era mediocre, nefasto. Siempre había pensado que aún quedaban por descubrir términos maravillosos capaces de definir la perfección del Universo. Hasta ahora siempre había hecho arder vocablos en las llamas de quién sabe qué para que estallasen en el aire sus impulsos vacíos como fuegos de colores. Nos habíamos convertido en muñecos de cuerda siempre con la misma cantaleta.  Cada letra daba forma a nomenclaturas e historias huecas, sin fondo ni forma, infieles a uno mismo. Infieles mí misma.

 Doné a la ciencia mi cerebro y mi alma para que me enseñasen de nuevo a hablar y a pensar como los centauros. Elaboré un plan para permanecer impasible, para que la fuente donde brotan mi mundo y mis ideas se secase. Acordé con mi universo de significados que antes totalmente loca, que completamente  cuerda. Me las ideé para recoger la fruta madura y guardarla para el invierno de las emociones. Mejor algo que nada. Con vehemencia increpé al viento por hacerme ver la vida distinta. Quizá sería más fácil dejarme llevar por las palabras. Alzar el vuelo. Sucumbir.

Con furia dirigí mis odios al sol para que Helios se consumiese lentamente.   Nada de esto sirvió de nada porque dicen los fantasmas que las palabras se las lleva el viento

Mi ira se apartó burlona para que no perdiese de vista cada una de las líneas.

Era una carta a corazón abierto

…vacía de latidos

…hueca de significados

Autómata



Quién escribía, sin duda, miraba hacia otra parte

martes, 24 de enero de 2012

Miedos


Dicen que el miedo es una reacción de nuestra mente ante lo desconocido, ante todo aquello que dormita tras esa barrera que cualquier pastor abre el 7 de julio y que avanza hacia nosotros imperturbable, indestructible, imparable. El miedo pasa a ser entonces una personalización del mal que se desgañita por arrebatarnos todo tipo de armas arrojadizas y escudos de latón. Nos desnuda  ante un sentimiento ilógico y cruel. A veces nos bloquea, otras nos hace reír sin control, en ocasiones incluso nos avoca a actos suicidas tomando las decisiones más ridículas.

El miedo se convierte con el tiempo en un arma de doble filo: nos empuja al avance, al cambio si pero, al mismo tiempo, nos condiciona y nos pone sobre la mesa sólo un número limitado de cartas. Decisiones viciadas de origen, pervertidas desde un principio.

Hay quien dice que existen varios tipos de miedos: el miedo a la muerte, el miedo al amor (¡pánico!) , el miedo al dolor, el miedo al compromiso… Yo, sin embargo, creo que todo se reduce al único sentimiento capaz de provocar verdaderos desastres en nuestra propia conducta: el miedo al propio miedo. 

El temor nos opaca, nos limita y nos hace ver un universo parcial, una cara que habitualmente es lenta y adversa. Comenzamos entonces a huir, a evitar, a escapar de todo aquello que implica un riesgo o la posibilidad remota del sufrimiento. La comodidad y la rutina se adueñan de nuestra vida. A partir de entonces todo aquello cuanto se sale de la norma es ONI (Objeto No Identificado) y, por lo tanto, es necesario esquivarlo y buscar un lugar diáfano…

¿No?

Pues no

El destino, en esencia, es terreno virgen. No sabemos dónde puede haber una mina, un pozo o una trampa para osos. Ignoramos dónde están los aviones defectuosos, los trenes con un cable suelto o los autobuses que pierden combustible. Desconocemos quiénes harán que reneguemos del amor o de la amistad, qué trabajo terminará de hundirnos o bajo qué luna un doctor nos dirá que estamos desahuciados.

¡Nadie dijo que vivir fuese fácil!

Todo es factible de darnos miedo. Absolutamente todo.

 Una vez llegados a este punto será tarea de titanes no seguir el camino de baldosas amarillas pero, machete en mano, habrá que ir abriendo sendas.

Todavía confío en la voluntad del hombre libre

…incluso de sus propias turbaciones

miércoles, 4 de enero de 2012

Deja que te cuente


Llegaste sin avisar como en tus mejores tiempos. Dejaste el abrigo en el colgador de la entrada y jugaste a los detectives en busca del último trozo de chocolate que reposaba en la encimera. A tu alrededor sólo el silencio hacía de coro al trinar de los pájaros. Notas graves y agudas que dejaban patente tu inestable estado anímico. Arriba y abajo. Derecha, izquierda…

 El sol se coló por la ventana.

 Recordaste entonces que habías olvidado las llaves en el bolsillo y lo removiste curioso como buscando algo más. Algún grano de arena quizá. Algún recuerdo de aquella piel que había dejado su esencia en aquel jersey de lana tejido a mano color verde agua. Un verde diferente a aquel que recordabas a diario y que, cual disco rayado, comenzaba a difuminarse en tu memoria como los primeros trazos en el papel de un niño de teta.

Cruzaste el recibidor con la delicadeza y la candidez de una bailarina en pleno acto y abriste la puerta del cuarto con el suficiente cuidado como para dejar  al cobijo de la luz el color de su pelo. Ese negro azulado que siempre te había causado curiosidad. Su hubieses sido mujer casi con total seguridad lo hubieras elegido también, igual que ella. Al fin y al cabo eso es lo que habías sido siempre. Una réplica exacta de la mujer que te había dado la vida.

Con sumo cuidado depositaste en su frente un último beso y saliste de la casa dejando estrellas de mar en cada huella para que pudiese lanzarlas al cielo en cada onomástica. Enterraste las llaves bajo el rosal... como en tus mejores tiempos. Las rosas ya tenían un color diferente al de la última vez. Olía a jazmines. La mañana tenía la serenidad de la flor de naranjo…