sábado, 5 de junio de 2010

Y la felicidad era esto...


Esta mañana la Cenicienta ha metido la basura bajo la alfombra. Se ha cabreado porque el príncipe ha olvidado pagar la factura de la luz. La juerga de anoche no le ha dejado lucidez ni dinero para ponerse a la cola de la caja de ahorros.
Bella ha dejado a Bestia. La alopecia arrecia y las bolas de pelo campaban a sus anchas por toda la mansión. Había atascado hasta el clavicordio.
Aurora, la bella durmiente, se ha tenido que ir al cuarto de huéspedes porque lleva cuatro noches sin pegar ojo. El Príncipe sufre trastornos respiratorios obstructivos del sueño. Las tiras nasales ya no funcionan…
Las perdices se extinguen.
Al final la felicidad es como la última página de cualquier cuento de hadas. La dicha durará por siempre porque fue pensada para que no se materializase jamás. Todo en la vida parece girar en torno a un intento desesperado y vano por tocar esa luz que asoma pero no calienta. Una luz que, como las estrellas, juega a los espejismos sobre el incauto mar y sólo muestra la patita por debajo de la puerta de vez en cuando. Así, la vida se convierte en puro sufrimiento. En pura lucha por tocar las nubes...
Nos seguiremos conformando pues con buscar tréboles de cuatro hojas para fundamentar unos sueños que, desvirtuados como las aceitunas rellenas, guardan dentro giros inesperados aún por resolver. Quién sabe. Los príncipes y las princesas siempre nos pueden salir rana.

No volveré a fiarme de los finales felices...