Ainhoa siempre había soñado con ser grande.
Por las noches, al
compás de la música y de los gritos, se imaginaba cantando en un escenario del
tamaño de un campo de fútbol. Su canción, sin ningún tipo de duda, desbancaría
a los grandes astros de la melodía cual CD al vinilo. En todos los conciertos millones
de personas corearían su nombre hasta el cansancio. Entonces, como vislumbrada entre tinieblas, emergería exultante y más luminosa que nunca para saciar
aquella sed colectiva. ¡Y cómo la aplaudirían!
De vez en cuando, sobre todo durante las vacaciones, también
se aliaba con la luna para ser premio Nobel de la Paz o la doctora desconocida
que erradicaría el hambre en África en un arrebato de lucidez “in extremis”. Y no era culpa suya. Desde niña la habían
enseñado que la grandeza, en sí misma, era la única meta. Nadie reparó en que había
nacido un jueves de verano y estaba predestinada, por tanto, a ocupar siempre
el término medio en todos los varemos. Ella sí. A Ainhoa
le hubiese encantado nacer un domingo. Los domingos son soleados cuando uno se
despierta a mediodía. Los domingos juegan a ser sábados sin ser lunes. Son creciente
y ocaso. Preludio del comienzo de una nueva semana o de una semana nueva. Esperanza. Buen rollo. Los domingos
serían alguien importante en la personificación de una gran estirpe semanal. - ¿
Y tú quién eres? - Yo soy Domingo. Mola.
Ainhoa era de esas niñas que jugaban a ser narradoras
omniscientes y protagónicas al mismo tiempo. Fuese como fuese la historia, ella
siempre tenía la certeza de que iba a ser la heroína. Por algo disponía de todos
los puntos de vista. No se le escapaba
detalle. Contraía matrimonio cada dos por tres con almohadas, escobas y
osos de peluches. Ella era así. Derrochadora de amor eterno e incondicional con lo
cotidiano. Aunque, eso sí, rápidamente y si la narración lo requería, pasaba a
ponerse en los zapatos de una luchadora en pro de los derechos de los
dromedarios o de las culebras del río Óbrigo: fuerte, independiente y, sobre
todas las cosas, soltera. Porque una chica así no podría tirar de nadie o,
seguramente, no tendría tiempo suficiente para ello entre beduinos ladrones de
camellos y súper osos cazadores de serpientes.
Cada vez que llegaba el verano, Ainhoa se sentaba en el
alfeizar de la ventana de su cuarto para hablar de tú a tú con miles y miles de puntos rebeldes y amarillos. De vez en cuando le contestaban de mala gana y ella les
lanzaba palillos planos para que se limpiasen los dientes. Ciertamente, eran un
poco puercos aquellos puntos.
Pero Ainhoa no se lo tenía en cuenta porque también había soñado con ser veterinaria. Cuando
nadie la veía era de las que encerraba a las palomas alirrotas en jaulas hechas
con cajas y cuerdas hasta que sus heridas sanaban. Luego las dejaba ir. Una vez
tuvo un hospital de palomas en el que también había un gato negro con
conjuntivitis. El único problema era que Ainhoa también era de las que lloraba
cuando los animalitos huían asustados de un hábitat (habitáculo) que para ellos
no era de confianza o, en su defecto, no gozaba de unas condiciones sanitarias
óptimas para una correcta curación.
En silencio también se convirtió en presidenta honorífica de
una ONG. Una vez, a escondidas de su madre, Ainhoa cogió un bizcocho calentito
y una botella de agua y los tiró directamente al contenedor de la basura. En la tele había
visto a unos niños rebuscando entre montones de desperdicios sólo para hallar un mísero mendrugo de pan que
llevarse a la boca. Seguramente- pensó- a ellos les vendrá mejor que a mí. Al día
siguiente, por primera vez, vio contenta las noticias mientras desayunaba un
colacao con dos rebanadas de pan duro.
Ainhoa fue feliz, si, al menos durante un tiempo, aún a sabiendas de que
el jueves nunca tendrá la satisfacción de ser inicio ni el desasosiego de ser
fin. Supo siempre que, lo que quedaba
por venir ya estaba escrito en una tabla de madera al fondo de un taller que ya
no existe. Debería buscarlo justo al lado de unos baños embadurnados en serrín, allí, junto a un ojo de pez oculto tras las hojas de
un viejo calendario de mil novecientos ochenta y tantos.
Ainhoa fue veterinaria, doctora y jueves. Ainhoa muchos días fue también cantante,
escritora y salvadora de serpientes.
Descendente miércoles, ascendente viernes.
Descendente miércoles, ascendente viernes.