domingo, 17 de enero de 2010

La reina de las abejas

...en su trayecto conoció viejos ángeles de acero. Viejas glorias de guerra fabricadas para matar a los hijos de las hijas y a los padres de los hijos del viento del norte. Tocó con sus frágiles dedos el espíritu de las almas caídas en combate. En su memoria, los botes de formol que ocupaban los desequilibrados estantes corroídos por la polilla estaban vacíos y encerraban un descontrolado olor a rancio, a azufre, a humedad embotellada por la bruja del cuento de nunca acabar. Era obvio que seguía cabreada. Las estrellas le habían dado la espalda y se habían ido de cañas por los bares de la capital. Cuando vio sus cervezas fijamente comprobó que la espuma tomaba mil y una formas, cada cual más tétrica, mientras que los retales de pan duro que ocupaban sus platos jugaban con saña a ser tiernas ovejitas blancas. Inexplicablemente su lana era incendiaria a la luz de las velas. En tan sólo unos segundos el cosmos giró en el sentido de las agujas del reloj y la bruja inyectó el caos en cada una de las venas del universo. Nos había descubierto con sus gafas de ver el dolor de tripa.
Los niños cogieron las armas y jugaron al soldadito valiente vestidos de hombres con sombrero transparente y camiseta de algodón.
Con el estallido de la mañana sus cuerpos arropaban las aceras y rociaban de calor los campos. Aunque este calor congelaba los pétalos de las flores. Los mares comenzaron a escupir peces sin escamas. El mundo se dio la vuelta y las luces se apagaron con el rugir de los cañones de papel. El fuego carcomió los bosques repletos de bichos sin nombre.

Se despertó a la orilla de un río. La bruja lavaba a conciencia su capa manchada de hierba y miel. Como un resorte giró sobre si misma y la miró fijamente:
- ¿Ves? Nadie puede pasar por alto que yo lo domino todo. Siempre estaré presente…

El zumbido de las abejas acalló la última parte del mensaje. Una carcajada ensordecedora recorrió cada rincón del mundo...

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